Selección nacional
De la desilusión a la mayor ilusión, volvió
Argentina
En diciembre del año pasado el bolillero fue
un aliado de la Selección argentina, a quien le había tocado, para muchos, el
grupo más accesible de su historia mundialista. Bosnia, Irán y Nigeria fueron
los conjuntos, en primera instancia de no temer, que provocaron un respiro en
un ambiente algo asfixiante.
Convocatorias discutidas por gran parte de la
prensa y la afición, como la de Sergio Romero, o las de Marcos Rojo, Enzo
Pérez, Hugo Campagnaro y José Basanta, y no convocatorias, como las de Carlos
Tévez, Esteban Cambiasso, o Wilfredo Caballero con un excelente presente, hicieron
que gran parte de la sociedad perdiera mucha de la confianza lograda tras
una muy buena eliminatoria.
Pero el Mundial es el Mundial, y era en
Brasil, la Selección contaba con un “10” bendecido de un talento inmaculado, con un
ángel que le había devuelto el blanco a un Real Madrid gris, con una delantera
y un mediocampo que daban para soñar, y
el argentino no podía faltar, y no sólo no faltó, sino que fue uno de
los mayores partícipes del espectáculo tras la línea de cal.
Y esa Argentina tan discutida llegó a la final. No había brillado en el “grupo de
la vida”, sumó 9 puntos con lo justo, gracias a chispazos mágicos de ese “10” , Lionel Messi, que en esos
tres partidos convirtió cuatro goles. Octavos fue más duro que cuartos, Suiza
complicó a la Selección mucho más que una desdibujada Bélgica, y Países Bajos,
con un conjunto muy joven, la llevó hasta los penales. Y para asombro de
muchos, los puntos más altos del equipo fueron los Romero, los Rojo, los
Basanta, los Pérez, que a Alejandro Sabella le habían costado tanta credulidad.
Se perdió la final, se cayó por tercera vez
consecutiva con Alemania, una selección que mantiene un proyecto desde hace más
de una década, y que hoy está dando sus frutos, pero lo que más duele es que se
le pudo haber ganado. Los jugadores argentinos dejaron todo, fueron de menor a
mayor, superaron grandes obstáculos, como lesiones, la negatividad del público
local en cada partido, la presión de un país insatisfecho desde 1990, entre
otros factores.
Mascherano fue un capitán sin brazalete,
jugó con el corazón, fue fuerza, fue garra; la delantera no llegó en las
mejores condiciones, las lesiones fueron una dificultad permanente; Messi hizo
hasta donde pudo, marcado por cinco o más jugadores en cada encuentro, y presionado
por millones que, debido a su enorme talento y sus logros, le exigen cosas casi
imposibles de lograr; y la defensa, la tan discutida defensa, pasó a ser el
fuerte, a brindar la tan ansiada confianza.
La gente volvió a creer en la Selección,
estos jugadores lograron que el pueblo vuelva a ilusionarse, a salir a festejar
en las calles, a tener esperanzas de lograr cosas importantes. Estos jugadores
pasaron a ser el orgullo de todo un país que vive y respira fútbol, y lo mejor
que se puede hacer es aprender del vencedor, mantener un proyecto y así pensar
a lo grande para Rusia 2018.
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